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Y un día que navegué, lo hice.

Y su santa madre

Unos ojos escudriñan la oscuridad intentando averiguar si el peligro es real o sólo es su agotada mente la que le está jugando malas pasadas... Parpadea antes de poder ver el destello que le confirma sus sospechas.

Un grupo de amigos comenta lo ocurrido esa misma mañana entre un compañero ausente y un superior con escasos conocimientos de nada. El debate es ameno, como siempre, con gran aportación de ideas por parte de todos y ninguna solución a la vista desgarrando la imagen de los contendientes matinales sin piedad, vanagloriándose de haber actuado de una u otra forma sabiendo que jamás se atreverían a faltarle al respeto a la niña de los ojos del gran jefazo... o de su señora madre.

Los tertulianos enmudecen cuando el susodicho aparece con gesto solemne, casi severo, portando un montón de papelitos multicolores en carpetas impecables etiquetadas por la auxiliar de turno contratada por obra por ese individuo con nombre tan peculiar que... ¿cómo se llama ese sujeto? Sólo recuerdan el nombre de su señora madre también... Concéntrate en ese cursi, le dice su compañero. Mediana edad, buena apariencia, retostado por el sol de alguna islita caribeña o índica, trajes a medida, engominado... El hombre mira las carpetas con desagrado pensando en el jaleo que se le viene encima por culpa de un idiota que no ha sabido hacer su trabajo a tiempo. Tiene que hacerlo, le guste o no, o su piel no volverá a tostarse a costa de la tarjetita dorada que le dieron el primer día de trabajo en este puesto.

Su rotunda voz masculina rasga el repentino silencio del grupo de cotillas de oficina que le miran con pavor: Ha nombrado al encarado de la Agrupación de Consumidores de Café Gratuito a Granel y le ha dicho, ¡sin mirarle!, que le siga...

¿Oyes esos zumbidos que recorren los pasillos? Las moscas quieren dar vida a un otrora concurrido corredor... que se les antoja a todos ahora caprichosamente similar a ese título de una obra Stephen King que protagonizó Tom Hanks... ¿Cómo se llamaba...?

Nuestro protagonista recrea su mirada por las caras pálidas de sus compañeros, serio, pensando en quién será el siguiente en pasar por ese despacho y soportar las siempre bien acertadas y tolerantes palabras altisonantes de ese individuo que acaba de pasar mientras  no puede (¿o no quiere?) enviar mentalmente un casiñoso saludo a su santa madre... sin darse cuenta que el puntero le ha marcado a él y que la puerta se ha abierto inesperadamente...

Es el siguiente.

¿O no?

Un saludo.

 

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